La Isla del Tesoro (Introducción a una interpretación según el análisis transaccional)

Claudio A. Díaz

 

«No hay deber que descuidemos tanto como el deber de ser felices.»

R. L. Stevenson.

 

Mapa de Stevenson
El mapa de Stevenson (la imagen incluye zoom)

Llovía mucho aquel verano en Braemar, cerca de Aberdeen.

No cesaba de llover, tarde tras mañana, mañana tras noche.

Llovía mientras un tipo con pinta de pistolero tísico observaba cómo dibujaba con acuarelas un niño, que no era hijo suyo pero como si lo fuera. De hecho ese niño de mayor sería también escritor y también tendría pinta de pistolero tísico. No paraba de llover y el tipo con pinta de pistolero tísico recordó una isla a la que le llevaron su padre y su tío, en las Shetland, en pleno mar del Norte: bacalao, marisco, mar rugiente, aún no habían descubierto el petróleo. No existía la BP. Pero existían los mapas. En un mapa soñaba frente a los cristales el tipo con pinta de pistolero tísico.

La novela nació de un mapa, del bosquejo de una isla un día que llovía mucho en Braemar, en las Highlands escocesas. Estamos ante una ventana, estampada con la carrera de las gotas de lluvia, y podemos contemplar en primer plano una mano, la mano derecha de Robert Louis Stevenson.

Está dibujando minuciosamente el mapa de una isla para entretener a Lloyd Osbourne, de 12 años, hijo de su esposa. Stevenson nos confiesa que a él mismo le gustaba la forma de la isla “más de lo que es posible imaginar”, isla a la que dio nombre “con la inconsciencia de los predestinados”: Treasure Island.

“Me han dicho –añade- que hay gente a quien no gustan los mapas y lo encuentro difícil de creer”. Las palabras de Stevenson me acaban de transportar a los años de mi adolescencia, a tardes de mesa camilla con los mapas de una enciclopedia a la vista. Un mapa es la representación dede una parte del mundo, cada palabra es un mapa en sí.

Pero volvamos a Stevenson. A partir de los bosques y puertos que dibujó y nombró en el mapa, fantaseó los personajes. Escribía un capítulo diario que cada tarde leía a su familia. El propio padre de Stevenson se entusiasmó y sumó detalles a la historia, como el nombre del barco del capitán Flint («Walrus») o la personalidad de Ben Gunn o la famosa escena de Jim Hawkins escondido en un barril de manzanas en el barco, escuchando los planes de los piratas.

El ritmo de Stevenson de un capítulo al día disminuyó. A veces se escribe como en trance, algo debe ser dicho y la mente lo suelta de un modo maquinal, los frutos de una cosecha que ya no se recordaba haber plantado; otras veces la mente se anega, inundada, embotada. Stevenson sufrió eso que llaman una crisis de inspiración tras los primeros 15 capítulos. Acabaría la obra un año más tarde, ya no en Escocia, sino en Suiza –de nuevo a capítulo diario- donde sus maltrechos bronquios respiraban el aire puro de las montañas.

Lloyd Osbourne, en 1880, un año antes de que Stevenson comenzara a escribir Treasure Island
Lloyd Osbourne, en 1880, un año antes de que Stevenson comenzara a escribir para él Treasure Island

Podría haber comenzado contando el argumento, pero creo que pocos lo desconocen. En esta ocasión me he detenido más en el origen, en la génesis de la obra, en el hecho de que La Isla del Tesoro nació para entretener a un hijastro, a un adolescente conocido, no a un público etéreo. Y se fue desarrollando, como hemos dicho, con los comentarios de la familia. Sesudos ensayos que se preguntan acerca de la función de la literatura no encontrarían una respuesta más clara.

La Isla del Tesoro es un asunto “familiar”, no nos extraña el interés entusiástico del padre de Stevenson. En la obra topamos distintos tipos posibles de paternidad encarnados en los adultos que defienden o a los que se enfrenta el joven Jim Hawkins. De hecho no hay prácticamente mujeres en la historia (Stevenson cumplió tal deseo manifestado por su hijastro), apenas breves apariciones de la madre de Jim Hawkins, el protagonista. La novela ha llegado a ser analizada, en el mismo sentido, como una “novela de aprendizaje” (Bildungsroman, literalmente del alemán: “novela de educación”), un texto que establece el tránsito entre la adolescencia y la edad adulta.

Encontramos así, entre los personajes principales masculinos a:

  1. Jim Hawkins, el adolescente en tránsito.
  2. El padre de Jim. Aparece muerto de una enfermedad al principio de la obra. Psicoanalíticamente ocuparía el lugar del “muerto”, tal la sombra hamletiana. De ahí la necesidad de llenar el vacío con otros fantasmas paternales.
  3. Billy Bones, el marinero viejo que se aloja en “El Almirante Below”, la posada de Jim, y cuyo cofre contenía el mapa del tesoro. Encarna la figura paternal del maltratador, del padre crítico y violento.
  4. El doctor Livesey. Encarna la bondadosa figura del padre nutritivo, cuida de Jim.
  5. El caballero Trelawney. Valiente y protector.
  6. El capitán Smollett. Otra figura de orden como Trelawney y Livesey.
  7. Ben Gunn, el pirata abandonado en La isla del Tesoro, representaría la figura del padre excéntrico, loco, mágico.
  8. John Silver, pirata cojo, cocinero… Curiosamente es la figura que más nos interesa, porque parece que es quien más cala en el joven Jim: un padre ambiguo, capaz de lo mejor y de lo peor. En definitiva, su presencia es la que hace que Jim madure.
  9. Capitán Flint. Es el loro de John Silver. Aún no le hemos encontrado una impronta paternal sobre el joven Jim, pero… más allá de la broma, son sus palabras las que se quedan como un mantra en el joven y en el lector: “Piezas de a ocho, piezas de a ocho”, refiriéndose al oro o a lo que mueve a los adultos, el propio oro o lo que el oro representa.

Dos mundos se confrontan en la obra, dos mundos que cualquier adolescente de hoy sigue teniendo alrededor.

Uno sería el mundo que defiende a Jim, encabezado por el Doctor Livesey y el caballero Trelawney: baluarte del orden, de la moral, de la disciplina, del establishment. Sería el mundo de los “buenos”, de los padres nutritivos para decirlo al modo del análisis transaccional. (En un próximo artículo hablaremos del análisis transaccional como herramienta para la educación.)

Otro mundo es el de los piratas a los que se enfrenta Jim; constituiría el mundo de los outlaws, los “malos”, los inmorales, los crueles, los traidores, los alcohólicos, la representación del padre crítico según el análisis transaccional de Eric Berne.

Entre ambos mundos la transición y la ambigüedad, la frontera, el límite, la figura que hace inmortal esta obra del escocés: Long John Silver.

Que al final de la obra éste escape con el oro la aleja de una intención moralista lineal o rígida. A pesar de que la simpatía inicial de Jim por John Silver fue emborronada al descubrir sus auténticas intenciones cuando estaba escondido espiando en el barril de manzanas, Jim no dejará de sentirse atraído por el pirata. Silver es la piedra de toque para la madurez de Jim. Consciente de la importancia de Silver, Stevenson estuvo a punto de titular la obra El cocinero de a bordo.

Comenzamos con una isla cartografiada y nos vamos con una isla real. El mapa de la isla dibujado por Stevenson se asemeja a una isla de las Shetland: la isla de Unst, de reminiscencias protocélticas y nórdicas. Sabemos, además, que su padre construyó un faro en esa isla, el faro de Muckle Flugga, en 1854. Sabemos que Robert Louis Stevenson, el tipo con pinta de pistolero tísico, un día lluvioso soñaba con el mapa de una isla mirando sin mirar una ventana tras la que no cesaba de llover y llover.

Faro de Muckle Flugga
Faro de Muckle Flugga

 

Recuerden que Borges expresó en un verso que las personas que están leyendo a Stevenson en este momento, están salvando el mundo. A su manera, claro. Una manera correcta de salvarse y salvar a los demás de sí mismos.

(¿Ediciones en español para jóvenes? La traducción de Montse Treviño para Teide (2007) con una propicia guía de lectura.)

En primer plano ya más crecido Lloyd Ousborne, en lontananza el pistolero con pinta de pistolero tísico, R. L. Stevenson (1850-1994)
En primer plano ya más crecido Lloyd Osbourne, en lontananza el tipo con pinta de pistolero tísico, R. L. Stevenson (1850-1994)

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