Charlie Hebdo

Sumisión. Es lo que significa Islam, “sumisión”. Del verbo árabe aslama, “someterse”.

Muchos encuentran su misión en la vida en la sumisión a Dios. En nombre de esa misión, consideran lícito asesinar a quien hace burla del profeta de tal Dios.

el-cuerpo-de-amor-norman-brown-22035-MLA20223127264_012015-FAmo, en clave literaria, la voz del profeta, del antiguo nabí judío, de tono entre apocalíptico y poético. Profetas como Elías o Isaías. Incluso me gusta ese tono recuperado modernamente de la mano de Norman O. Brown, el oscuro profesor de secundaria norteamericano que escribió El cuerpo del amor. Con ese mismo tono, Brown alcanzaba cotas de lucidez paralelas a las del tono neoilustrado y neofreudiano de Jacques Lacan. «Nuestro combate son las Luces», escribió Lacan en la contraportada de sus Écrits. Era 1966. Yo no había nacido, pero es 2015 y El cuerpo del amor y sus ya amarillas páginas siguen vivas de tanto en tanto en mi biblioteca.

Me gustan, ya digo, los profetas, los viejos nabís. Pero me disgusto cuando se habla de “el profeta”, de un profeta por encima de todos los profetas, cuya burla debe ser castigada con la muerte de seres humanos. Porque además sólo puedo creer en un Dios al que de vez en cuando le guste reír, del mismo modo que Nietzsche mantenía que sólo podría creer en un Dios al que le gustase bailar.

Dice la Biblia (que no es un libro, que son muchos libros, por no hablar de la interminable exégesis de tales libros, soporte crítico que inclusó espoleó a la Ilustración) en varios lugares que el temor de Dios es la verdadera fuente de sabiduría. Este temor de Dios no es vivir amedrentado ante el peso del imaginario personal de un Dios terrible, ni mucho menos vivir acojonado ante la carga del poderío simbólico, social, político, de un Dios con decisiones contra los demás ajenos gestionadas por pobres hombres.

El temor de Dios es respetar lo que sólo está en manos de Dios. La vida de las personas, por ejemplo.

También me escandalizo cuando en nombre de Dios se pone armas en manos de niños para matar a infieles.

Si Norman O. Brown es uno de mis profetas de cabecera, uno de mis poetas favoritos es Rumi, un poeta vinculado al sufismo (esa suerte de misticismo musulmán amable, íntimo y lúcido), que hace unos ochocientos años escribió:

¿Qué puedo hacer, oh musulmanes?, pues no me reconozco a mí mismo.
No soy cristiano, ni judío, ni mago, ni musulmán.
No soy del Este, ni del Oeste, ni de la tierra, ni del mar.
No soy de la mina de la Naturaleza, ni de los cielos giratorios.
No soy de la tierra, ni del agua, ni del aire, ni del fuego.
No soy del empíreo, ni del polvo, ni de la existencia, ni de la entidad.
No soy de India, ni de China, ni de Bulgaria, ni de Grecia.
No soy del reino de Irak, ni del país de Jurasán.
No soy de este mundo, ni del próximo, ni del Paraíso, ni del Infierno.
No soy de Adán, ni de Eva, ni del Edén, ni de Rizwán.
Mi lugar es el sinlugar, mi señal es la sinseñal.
No tengo cuerpo ni alma, pues pertenezco al alma del Amado.
He desechado la dualidad, he visto que los dos mundos son uno;
Uno busco, Uno conozco, Uno veo, Uno llamo.
Estoy embriagado con la copa del Amor, los dos mundos han desaparecido de mi vida;
no tengo otra cosa que hacer más que el jolgorio y la jarana.

Lo que se llamamos Occidente podrá hacer las cosas mal. Con el Tercer Mundo, con el Islam, con los pobres, etc etc. Pero nunca brindaré por una crítica a Occidente que implique un lavado de cerebro integral y encima en nombre de Dios.

Porque amo los libros y no a un libro único. Porque prefiero el cuerpo del amor al cuerpo del odio. Porque me relamo como un gato el pensamiento con el dicho judío de que donde hay dos judíos hay tres opiniones.

Temo a Dios, no a ningún vocero de Dios cuyos argumentos descansan en la sumisión propia y en el acojonamiento de los demás.

Triste la biblioteca que consta de un solo libro, sin interpretación ni hermeneútica posibles además.

Nuestro combate siguen siendo las Luces.

El dibujante Luz muestra al profeta Mahoma con lágrimas en los ojos y llevando una pancarta con el lema que desde la semana pasada se convirtió en emblema de la repulsa mundial a los atentados islamistas
El dibujante Luz muestra al profeta Mahoma con lágrimas en los ojos y llevando una pancarta con el lema que desde la semana pasada se convirtió en emblema de la repulsa mundial a los atentados islamistas

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