¡Enseñad a pedir a la vida más de lo que ésta ofrece! (La conciencia histórica del profesor)


Dedicado a Patro, docente y 
hada madrina

Muchos de los profesores cada vez somos menos conscientes de un hecho. Que nuestra profesión es anterior a los países, al estado liberal moderno, a la propia democracia y que siempre fue una profesión peligrosa para ciertas formas autocráticas de entender la vida.

Los profesores, los maestros, hemos educado tanto a sátrapas, como le tocó en suerte a Aristóteles, o a tiranos, como le tocó a Platón, como hemos educado a revolucionarios como Rousseau o Trotski. Pero siempre hemos estado ahí.

Hemos estado ahí cuando éramos escribas de los antiguos Templos herméticos donde aprendían los hijos del Faraón.

Cuando éramos graeculi, “grieguecillos” esclavos que educaban a los hijos de los patricios romanos. (El término graeculi, peyorativo, lo creó el propio Cicerón.)

Cuando éramos religiosos docentes que acaban en un calabozo encerrados por la Inquisición, como Fray Luis de León.

Cuando éramos profesores medievales, como el desdichado Pedro Abelardo, al que castigaron cortándole sus genitales, y que siguió enseñando y amando a Eloísa sin ellos.

Pedro Abelardo y Eloísa(si van a París no olviden olvidar la tumba de ambos en el Père Lachaise)
Pedro Abelardo y Eloísa
(si van a París no olviden visitar la tumba
de ambos en el Père Lachaise)

Cuando estuvimos en la hoguera, como Giordano Bruno en Roma.

Cuando enseñamos en las primeras aulas de una escuela pública, tras los esfuerzos de Condorcet y la Revolución francesa.

Cuando vinieron a buscarnos en la posguerra para pasearnos por el delito de tener libros y periódicos en casa.

En España, el regeneracionista Joaquín Costa  (1846-1911) ya habló de que los problemas de nuestra país se solucionaban con “Escuela, despensa y siete llaves al sepulcro del Cid Campeador”. En nuestro país se decía “pasa más hambre que un maestro de escuela”, trágica muletilla. Los estudios de Ruiz Berrio o Beatriz Baltanaz han  dejado constancia de las penurias económicas que pasaban los maestros en la España liberal del siglo XIX.  Moreno Valeró estudió la represión franquista sobre los maestros, por su parte, en La depuración del magisterio nacional. Más de 65000 maestros fueron “depurados” tras 1939.

Otra obra sobre la "depuración" de maestros que hizo el franquismo. Ésta centrada en el caso de Toledo
Otra obra sobre la «depuración» de maestros que hizo el franquismo. Ésta centrada en el caso de Toledo

Los nuevos maestros franquistas se convirtieron en meros transmisores de la ideología de un régimen autocrático y de unos estudios rancios cuando no paranoicos que conectaban a los Reyes Católicos con supuestos destinos imperiales en el siglo XX o que hablaban de «Cruzada» cuando aquí sarcásticamente se traía al «moro» del Riff a matar españoles cristianos y a violar españolas cristianas. Se fue cimentando, en definitiva, la imagen del maestro como simple funcionario casposo al servicio del Estado.

Vino la democracia y la libertad de cátedra (constitucionalmente para la educación secundaria también, ojo, no sólo para la universidad). En los 90 y más adelante, en los años de la especulación inmobiliaria, los profesores y maestros fuimos funcionarios que cobraban menos que un fontanero o que muchos albañiles. Al mismo tiempo se nos fue considerando vagos, recuperando ese resentimiento inconsciente que había en la sociedad hacia los sumisos profesores del franquismo que sustituyeron a los profesores “depurados”, a los profesores muertos, defenestrados y a los exiliados.

Se fueron los vientos de la especulación inmobiliaria y los profesores seguimos siendo denostados socialmente y cada vez nos hemos ido pareciendo más a oficinistas chupatintas encargados con mayor o menor éxito de la custodia del alumnado. Los políticos muchas veces nos utilizan de carnaza para fomentar el recelo y la envidia social, así como para dispersar en los medios otros problemas mucho más evidentes. He oído hablar de padres que han pegado a profesores, pero no de padres que han pegado nunca a un político local, regional o nacional al cargo de algún puesto en Educación o de otro servicio social. Es triste, pero aquí hay cojones, con perdón, para los de siempre y hay igualmente sumisión ante los de siempre.

Recuerdo a veces un documental de la BBC sobre la Gestapo, la organización que creó el nazi Göring. Antes de visionar ese documental, yo pensaba que los funcionarios estatales de la Gestapo eran como nos los mostró Hollywood. Abrigos de piel, duros, inflexibles, persistentes en sus persecuciones, amedrentadores.

Descubrí una realidad más sencilla y cruel. El documental mostraba como eran funcionarios grises desbordados por el trabajo administrativo.  Se centraba en un pequeño pueblo alemán. A este pueblo llegaban periódicamente dos “pobres” funcionarios de la Gestapo para tramitar el papeleo de las denuncias que se hacían unos ciudadanos contra otros. En un pueblo de menos de 2000 habitantes había más de 1500 denuncias y por las razones más inverosímiles. Estaban, como he dicho, desbordados. Si el poder permite que los ciudadanos puedan fastidiar a los demás muchos ciudadanos lo hacen. Está demostrado históricamente y con espeluznantes consecuencias que hacen dudar del progreso en el ser humano a lo largo de la Historia. No, el problema no era la Gestapo. El problema eran los propios ciudadanos que se valían de la Gestapo y del estado de terror para dar rienda suelta a lo peor de la condición humana: la delación y la envidia. Y todo ello con el trasfondo de un exquisito orden, el orden alemán. En ese documental no vi cuerpos torturados, ni alambres, ni judíos, ni homosexuales, ni rojos, ni gitanos. Vi papeles por todas partes, anaqueles cubiertos de libros administrativos de la Gestapo en el pequeño ayuntamiento del pueblo. Vi orden y un trabajo administrativo increíble que hacía que los “pobres” funcionarios de la Gestapo incluso dejaban sin cumplimentar porque no daban para más. No, ni llevaban todos abrigos de piel ni tenían rostros tétricos, eran personas de carne y hueso como las que nos encontramos a diario en cualquier calle.

Evidentemente y gracias a Dios, no nos encontramos en la Alemania de los años 30. No hay hornos crematorios, sin duda. Pero -y perdón por la frivolidad- el profesorado cada vez está más quemado. Cada vez su peso social es menor y el control administrativo es mayor. ¿Se preocupa el Estado por hacer encuestas, estadísticas, estudios, sobre el nivel de descontento y falta de autoestima del profesorado? ¿Sabéis que somos el gremio que más visita al psicólogo? Y sigo sin mencionar, porque no lo haré en esta entrada, la situación actual con los recortes en la educación española. Si nos parecemos en algo a la Alemania nazi, es que somos el único país de Europa que ha alcanzado los mismos niveles de desempleo que tenía la Alemania de la República de Weimar cuando Hitler llegó al poder. Y eso es lo que es, un simple dato objetivo. En esto nadie nos ha superado. Y es peligroso. Alemania pasó de ser una república imperfecta, la de Weimar, a un estado totalitario en menos que canta un gallo. Y nuestra democracia es tan imperfecta, al día de hoy, como lo era la democracia de la República de Weimar.gestapo

Otro día hablaré de cómo era el sistema educativo de la Alemania nazi. Porque ¿lo conocemos? Nos podemos llevar tristes sorpresas que pueden hacernos reflexionar sobre cuál es realmente el lugar de un educador en la sociedad. Si está al servicio de ella o simplemente ha devenido en un triste funcionario de la maquinaria estatal. Guido Knopp, en Los niños de Hitler: retrato de una generación manipulada señaló: «En las escuelas, los profesores democráticos fueron suspendidos del servicio, jubilados o trasladados a puestos insignificantes y los ‘luchadores antiguos’ del partido ascendieron a funcionarios del Ministerio de Enseñanza, a inspectores superiores y a directores de enseñanza».

Antes de irme, os dejó con un poema de José Agustín Goytisolo sobre los poetas en la historia. Es sobre los poetas, sí. No sobre los profesores, pero yo creo o quiero creer que todo profesor debe albergar también en el silencio tras su frente a un pequeño poeta. El poeta trabaja sobre emociones y para educar la mente. El profesor, no menos. Por eso, donde Goytisolo dice poeta os va a costar poco leer maestro.

Su profesión se sabe es muy antigua
y ha perdurado hasta ahora sin variar
a través de los siglos y civilizaciones.
No conocen vergüenza ni reposo
se emperran en su oficio a pesar de las críticas
unas veces cantando
otras sufriendo el odio y la persecución
mas casi siempre bajo tolerancia.

Platón no les dio sitio en su República.

De izquierda a derecha: Juan Marsé, Barral, Gil de Biedma, Ángel González y José A. Goytisolo (Si se fijan delante de las piernas de Carlos Barral se aprecia un hada)
De izquierda a derecha: Juan Marsé, Barral, Gil de Biedma, Ángel González y José A. Goytisolo
(Si se fijan delante de las piernas de Carlos Barral se aprecia un hada)

Creen en el amor
a pesar de sus muchas corrupciones y vicios
suelen mitificar bastante la niñez
y poseen medallones o retratos
que miran en silencio cuando se ponen tristes.

Ah curiosas personas que en ocasiones yacen
en lechos lujosísimos y enormes
pero que no desdeñan revolcarse
en los sucios jergones de la concupiscencia
sólo por un capricho.

Le piden a la vida más de lo que ésta ofrece.

Difícilmente llegan a reunir dinero
la previsión no es su característica
y se van marchitando poco a poco
de un modo algo ridículo
si antes no les dan muerte por quién sabe qué cosas.
Así son pues los poetas
las viejas prostitutas de la Historia.

Ya lo saben, quiéranse y sigan enseñando a pedir a la vida más de lo que ésta ofrece.

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