ENSEÑAR ENTRE ESCILA Y CARIBDIS

Claudio Díaz

I

Los marinos que surcaban el Mediterráneo de la Edad Antigua temían el paso por el estrecho de Mesina. Los naufragios continuos hicieron que su miedo fabulara que, durante la travesía de dicho estrecho italiano, si se salían de la dirección adecuada toparían por un lado con el monstruo marino Escila, criatura horrible devoradora de tripulaciones; del mismo modo si se escoraban hacia el lado contrario, caerían en las fauces del monstruo Caribdis. 

El quid de la cuestión de supervivencia al cruzar el estrecho estribaba en mantenerse firme en la dirección correcta sin dirigirse hacia eso dos monstruos que respondían a realidades geográficas concretas, nada fabulosas: Escila era un peligroso acantilado y Caribdis una zona de remolinos.

Este paso entre Escila y Caribdis fue utilizado como imagen proverbial por el psicoanalista Sigmund Freud para ejemplificar las amenazas de la tarea “imposible” de la educación. “Imposible” en tanto proceso que nunca puede ser completado, culminado, en tanto abierto y sujeto a cambio y subversión hasta el final de nuestros días.

(Para mayor información, véase S. Freud, “Nuevas conferencias de introducción al psicoanálisis. 34ª conferencia. Esclarecimientos, aplicaciones, orientaciones” (1933) en Obras Completas, Volumen XXII, Amorrortu, Buenos Aires, 1989)

Para Freud Escila representaría la excesiva permisividad y Caribdis el excesivo control punitivo.

La tarea de la educación sería navegar entre ambas amenazas para ayudar a navegar al educando entre sus pulsiones. La libertad para educar sin restricción alguna constituye un fracaso, al igual que la prohibición y la frustración como ejes del acto educativo.

Siguiendo con Freud, podríamos incluso hablar del “síntoma escolar”, manifestado en el “fracaso escolar”, es decir, en las dificultades en la adquisición de conocimientos que aparecen desde que la escuela se convierte en obligatoria, en una imposición externa al sujeto y no en un mero devenir voluntario. En cualquier caso, se evidencia que estas cuestiones educativas no son nuevas, no responden sólo al espíritu de nuestros tiempos.

II 

A propósito de estas reflexiones que convoco sobre una educación que navega entre los peligros de Escila y Caribdis, Juan Vaello Orts (psicopedagogo, antiguo director de ies, orientador y profesor tutor de Psicología General y Psicología Evolutiva en la UNED) nos brindó a los profesores de nuestro centro una conferencia on line sobre la gestión de la conflictividad en el aula con sugerencias para ayudar a mejorar las habilidades socioemocionales de todos aquellos implicados en el acto educativo, mediante un conjunto de observaciones teóricas, acompañadas de estrategias y actividades a desarrollar.

El profesor Vaello es, además, un prestigioso autor de una serie considerable de libros que ofrecen soluciones y puntos de encuentro de deliberaciones sobre cómo gestionar la convivencia en un aula.  Los títulos son bastante elocuentes:

Resolución de conflictos (Santillana, 2003) 

Las habilidades sociales en el aula (Santillana, 2005)

Cómo dar clase a los que no quieren (Graó Educación, 2007),

El profesor emocionalmente competente (Graó, 2009)

Los títulos, como acabo de decir, son bastante elocuentes, pero poco o nada nos podrán decir algo a los docentes sin el necesario deseo por nuestra parte de entrar en la navegación no sólo del conocimiento que podemos dar a otros sino del autoconocimiento.

Y así Vaello nos habló de la importancia de la autoestima no sólo a nivel de adquirir conocimientos sino de comportamientos deseables en el aula. Podría decirse que tal vez los profesores hablamos mucho y escuchamos y observamos poco. Por descontado no es una cuestión que nos afecte únicamente a los profesores. Integra un síntoma generalizado en el ámbito social y de las relaciones humanas en una época, además, en la que por trabajo o por razones lúdicas, pasamos demasiado tiempo con nuestro cerebro enfocado sobre pantallas digitales que han formado un nuevo monstruo mítico moderno a lo Escila y Caribdis, un Otro devorador que nos acerca a la vez que nos aleja.

Así mismo, de esta conferencia de Vaello pudimos extraer la importancia de categorizar sin etiquetar, de detectar las tendencias recurrentes en el aula, los conflictos más difíciles de abordar y la mejor forma de hacerlo, de descubrir los intereses del alumnado, de la necesidad de huir de la queja sistemática y de planear la educación socioemocional y no dejarla a la improvisación, de las competencias docentes que actualmente necesita el profesorado, de dinámicas de empatía, de la pertinencia de reconocer y agradecer los esfuerzos aunque sean mínimos en principio, de fijar límites, de entrenar el respeto mutuo.

En fin, Vaello subraya el valor del autocontrol en alumnos y profesores dentro de un mensaje de proactividad y optimismo, imprescindible para navegar en aguas turbulentas. La cuestión sería contagiar ganas, como nos dijo Vaello.

III

Evidentemente nadie va mejorar su práctica docente mediante la implantación de unas formulas magistrales más o menos asumidas. 

Evidentemente el profesorado no tiene capacidad para arreglar el “síntoma escolar”  por sí mismo cuando el síntoma afecta a ámbitos sociales incluso mayores que los que abarca el espectro educativo.

Evidentemente, al día siguiente laboral de cualquier día, los conflictos en potencia que pueden darse en un aula estarán ahí esperándonos.

Por ende, en una enseñanza obligatoria el alumnado está obligado y, por tanto, los conflictos son inevitables y no son susceptibles ya de ser tapados bajo la alfombra pesada de la imposición autoritaria.

Contra estas evidencias, sin embargo, contamos con el poder de la conciencia de que una vez sabido que navegamos entre las amenazas de Escila (Jauja) y Caribids (Jaula) disponemos del reto de la posibilidad del control de un marco convivencia reducido en principio, el del aula. De hacernos con el timón de nuestro barco.

Esta posibilidad de control, al decir de Freud, es una tarea “imposible”, pero tan imposible como necesaria en su continua imposibilidad. No sólo formamos o ayudarnos a formar personas, en nuestro caso menores de edad, sino que nos formamos continuamente junto a ellas. Esta tarea imposible nos brinda la oportunidad, el reto del autoconocimiento. De ahí la pertinencia de formarse en estrategias de autoconocimento como el eneagrama de la personalidad o el análisis transaccional de Berne.  

Estamos despojados de las armaduras autoritarias de antaño que facilitaban determinados derroteros. Contamos, sin embargo, con la honestidad de la realidad desnuda de la necesidad de la transferencia educativa. Si no nos emocionamos difícilmente podremos emocionar o contagiar ganas, y más en un contexto convivencial difícil.

Porque del mismo modo que en el psicoanálisis o en cualquier relación psicológica, se desarrolla un abanico de transferencias entre uno y otro, en el marco educativo hay siempre uno que a priori educa o lo pretende, lo desea, y otro que a priori recibe esa educación aunque no la pretenda o desee. Pero el acto transferencial está siempre ahí, presente, retándonos, obligándonos a reflexionar, a ser reflejos de otro, a creer que mañana comienza todo más allá de los conflictos más o menos previsibles que surgen en toda convivencia.

IV

En cierto modo, los docentes somos como entrenadores de fútbol o del deporte que se quiera, mucho más que árbitros. Vale, no somos árbitros, pero como entrenadores también llevamos silbato y cuanto toca, debemos pitar faltas y sanciones en los entrenamientos porque todo juego tiene reglas para poder ser jugado. Nuestro terreno de juego es el aula. Nuestra liga, la enseñanza, sí, pero sobre todo conseguir un espíritu inclusivo de equipo teniendo en cuanta que muchos jugadores no quieren o no eligieron jugar. Por no hablar de que tenemos jugadores que nunca le han dado ni una sola vez al balón.  

Hay entrenadores a los que les gusta que los jugadores jueguen al toque, que salgan a divertirse y dar lo mejor. Del mismo modo hay otros que prefieren una línea más dura, el catenaccio, donde prima ganar ante todo. 

Lo cierto es que formar parte de alguna de los dos tendencias de entrenar no garantiza el éxito. Hay entrenadores del primer tipo que lo hacen bien y otros menos bien, y lo mismo pasa con el segundo tipo de entrenadores. No existen recetas mágicas que nos salven, sino modos concretos, personales, de aplicarlas en contextos determinados.

Para aplicarlas mejor, del tipo que se elijan, importa muchísimo el autoconocimiento, el conocimiento de los otros y del entorno y la formación. Saber que nos movemos entre Escila y Caribdis no es poco: las amenazas de uno u otro monstruo nos permiten valorar la importancia de que la tripulación navegue en paz: ni amedrentada ni exaltada. Una tripulación guiada por la conciencia de que todos vamos en el mismo barco, que si nos hundimos nos hundimos todos, que si salimos sanos y salvos del estrecho lo hemos superado todos.

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